Dulces fantasías


Cansada de tantos engaños, ese día, fue ella quien lo esperó en la cama con el camisón de la abuela. Cuando él llegó, primero se sintió desconcertado, pero pronto confió y dio rienda suelta a sus fantasías.  Se abalanzó sobre ella y pudo sentir claramente el frío metal en un recorrido fatal. Poco le servían ahora sus garras o sus afilados dientes de lobo.

La niña le había ensartado el cuchillo Tramontina que guardaba entre la piel y la puntilla. No paró hasta sentir el peso muerto de ese cuerpo salvaje sobre el suyo y el líquido espeso, liberándola de siglos de opresión. 

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