Laodamia
Como su amado se fue para la Guerra, Laodamia, la domadora de multitudes, hizo fabricar una réplica exacta de su esposo. Lo acostaba a su lado en la cama, le contaba lo aburrido que eran sus días desde que las multitudes estaban adiestradas, lo besaba.
Suplicaba a los dioses para que le dieran vida a la estatua de su marido que era mejor en todo al hombre que había partido a la guerra. Laodamia necesitaba reciprocidad en esa relación.
El de carne y hueso murió, fortaleció al de fabricación casera: no hay como los hombres silenciosos y manejables.
La mujer vivió en un matrimonio lo suficientemente armónico hasta que alguien decidió que eso estaba mal y quemó la efigie.
Mirando la hoguera, Laodamia dudaba entre el suicidio y los bares de solteras.
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